domingo, 6 de abril de 2014

Las sombras de género

En esta entrada vamos a realizar un ejercicio diferente. Podríamos analizar un fragmento del best-seller "Cincuenta sombras de Grey", que desde la perspectiva de género desde luego que sería muy interesante, pues en esta novela está subyacente la incitación a que las mujeres disfruten de la sexualidad sometiéndose al hombre que las controla, en nombre del "amor" claro está. Pero lo que vamos a hacer es simplemente cambiar los géneros de los personajes, porque al darle la vuelta se ven más claros los tópicos y los roles. A ver cuantos podéis encontrar en tan solo una breve parte del libro.

"—Oh, nene —dice—. Bienvenido a mi mundo.

Nos quedamos ahí tumbados, jadeando los dos, esperando a que nuestra respiración se normalice. Ella me acaricia el pelo con suavidad. Vuelvo a estar tendido  sobre su pecho. Pero esta vez no tengo fuerzas para levantar la mano y palparlo.  Uf, he sobrevivido. No ha sido para tanto. Tengo más aguante de lo que pensaba. El dios que llevo dentro está postrado, o al menos calladito. Ana me acaricia  de nuevo el pelo con la nariz, inhalando hondo.

—Bien hecho, nene —susurra con una alegría muda en la voz.

Sus palabras me envuelven como una toalla suave y mullida del hotel  Heathman, y me encanta verla contenta.

Me coge el tirante de la camiseta.

— ¿Esto es lo que te pones para dormir? —me pregunta en tono amable.

—Sí —respondo medio adormilado.

—Deberías llevar seda y satén, mi hermoso niño. Te llevaré de compras.

—Me gusta lo que llevo —mascullo, procurando sin éxito sonar indignado.

Me da otro beso en la cabeza.

—Ya veremos —dice.

Seguimos así unos minutos más, horas, a saber; creo que me quedo traspuesto.

—Tengo que irme —dice e, inclinándose hacia delante, me besa con suavidad en la frente—. ¿Estás bien? —añade en voz baja. 
Medito la respuesta. Me duele el trasero. Bueno, lo tengo al rojo vivo. Sin embargo, asombrosamente, aunque agotado, me siento radiante. El pensamiento me resulta aleccionador, inesperado. No lo entiendo.

—Estoy bien —susurro.

No quiero decir más.

Se levanta.

— ¿Dónde está el baño?

—Por el pasillo, a la izquierda.

Recoge el otro condón y sale del dormitorio. Me incorporo con dificultad y vuelvo a ponerme los pantalones de chándal. Me rozan un poco el trasero aún escocido. Me confunde mucho mi reacción. Recuerdo que me dijo —aunque no recuerdo cuándo— que me sentiría mucho mejor después de una buena paliza. ¿Cómo puede ser? De verdad que no lo entiendo. Sin embargo, curiosamente, es cierto. No puedo decir que haya disfrutado de la experiencia —de hecho, aún haría lo que fuera por evitar que se repitiera—, pero ahora… tengo esa sensación rara y serena de recordarlo todo con una plenitud absolutamente placentera. Me cojo la cabeza con las manos. No lo entiendo.

Ana vuelve a entrar en la habitación. No puedo mirarla a los ojos. Bajo la vista a mis manos.

—He encontrado este aceite para niños. Déjame que te dé un poco en el trasero.

¿Qué?

—No, ya se me pasará.

—Christian—me advierte, y estoy a punto de poner los ojos en blanco, pero me reprimo enseguida.
Me coloco mirando hacia la cama. Se sienta a mi lado y vuelve a bajarme con cuidado los pantalones. Sube y baja, como los canzoncillos de un chapero, observa con amargura mi subconsciente. Le digo mentalmente adónde se puede ir. Ana se echa un poco de aceite en la mano y me embadurna el trasero con delicada ternura: de desmaquillador a bálsamo para un culo azotado… ¿quién iba a pensar que resultaría un líquido tan versátil?

—Me gusta tocarte —murmura.

Y debo coincidir con ella: a mí también que lo haga.

—Ya está —dice cuando termina, y vuelve a subirme los pantalones.

Miro de reojo el reloj. Son las diez y media.

—Me marcho ya.

—Te acompaño.

Sigo sin poder mirarla.

Cogiéndome de la mano, me lleva hasta la puerta. Por suerte, Ethan aún no está en casa. Aún debe de andar cenando con sus padres y con Kate. Me alegra de verdad que no estuviera por aquí y pudiera oír mi castigo.

— ¿No tienes que llamar a Taylor? —pregunto, evitando el contacto visual.

—Taylor lleva aquí desde las nueve. Mírame —me pide.


Me esfuerzo por mirarla a los ojos, pero, cuando lo hago, veo que ella me contempla admirada.

—No has llorado —murmura, y luego de pronto me agarra y me besa apasionadamente—. Hasta el domingo —susurra en mis labios, y me suena a promesa y a amenaza.


La veo enfilar el camino de entrada y subirse al enorme Audi negro. No mira atrás. Cierro la puerta y me quedo indefenso en el salón de un piso en el que solo pasaré dos noches más. Un sitio en el que he vivido feliz casi cuatro años. Pero hoy, por primera vez, me siento solo e incómodo aquí, a disgusto conmigo mismo. ¿Tanto me he distanciado de la persona que soy? Sé que, bajo mi exterior entumecido, no muy lejos de la superficie, acecha un mar de lágrimas. ¿Qué estoy haciendo? La paradoja es que ni siquiera puedo sentarme y hartarme de llorar. Tengo que estar de pie. Sé que es tarde, pero decido llamar a mi padre."

lunes, 20 de enero de 2014

Prohibido levantarse de la mesa

A raíz del órdago lanzado por el humilde Pablo Iglesias este fin de semana, se ha planteado un amplio y acelerado debate que esta haciendo temblar a IU hasta los cimientos (las bases, en este caso). Ante este aluvión de comentarios y posiciones encontradas, creo que me toca lanzar la mía, como militante de una organización de la izquierda transformadora, amigo y compañero de lucha de muchas militantes de IU, pero sin ningún vínculo, por el momento, con la organización, más allá que el que me da la simpatía por su proyecto y por la gente que le da vida día a día.
La vía que ha seguido Pablo me produce reservas desde el primer momento: por el mesianismo, por lanzarla a los medios de comunicación, directamente a la masa, en lugar de proponerla  a las organizaciones con las que busca converger, y por traer una organización, y unas afinidades, ya configuradas. Tengo en cuenta que esto responde a una tàctica concreta, a la realpolitik, que está tan de moda ahora, a la urgencia de la situación, pero ello no quita que pueda lanzar mi crítica al proceso.
Sin embargo, la sola idea de un frente común de la izquierda no puede dejar de producirme –y producirnos, a muchas- una tímida sensación de esperanza, que acude a mi mente cada vez que leo o escucho algo sobre el paro, sobre los desahucios, sobre la ley del aborto, la ley de seguridad ciudadana, la privatización de la sanidad y de la educación, los recortes en dependencia, los bancos, el capitalismo, en general. La imperiosa necesidad de una solución a la situación actual, el sufrimiento diario de nuestra gente, nos hace aferrarnos a un escenario que –lo siento- se muestra más realista a la hora de tomar el poder que una candidatura de IU en solitario. No hablo ya de Podemos, sino de un movimiento o plataforma electoral que aglutine tanto a la izquierda política como a los movimientos sociales que han surgido o han cobrado fuerza a través de la crisis, y mediante los que se han movilizado cientos de miles de personas que hace 5 años estaban trabajando, estudiando, o en el sofá de casa tan felizmente. Porque pienso que esa es la única vía posible para tomar de verdad el poder: con una mayoría amplia, que permita dar una solución a la vez social y política a los problemas que he nombrado antes.
Por eso pienso que hay que sentarse a negociar. Y lo primero que hay que decirle  a Pablo es: baja los humos y cuenta con las organizaciones con las que quieres converger. Aquí nadie es mesías de nadie y todas llevamos mucho tiempo dando el callo para cambiar las cosas y construir proyectos comunes. Sin embargo, que esta diferencia de posturas inicial no nos lleve a decir: aquí no se puede hacer nada, esto está mal hecho desde el principio, y levantarnos de la mesa e irnos. Pienso que eso sería inaceptable, el último fallo de la izquierda, que dejaría la puerta abierta a la barbarie capitalista, ante la imposibilidad de enfrentarla con un instrumento eficaz.

El proceso me genera contradicciones, como a todas. Pero hay una única cosa que tengo clara: que la sociedad necesita este frente. La gente necesita esperanzas, y una esperanza coherente y fundada en el trabajo, y no en la propaganda. Pienso que tanto IU como Podemos, como el resto de organizaciones, plataformas, sindicatos y mareas deben converger, sentarse a construir juntas. Y pienso que no podemos levantarnos de la mesa, bajo ningún concepto, sin haberlo hecho. Como militantes, se lo debemos a la sociedad para la que decimos trabajar. No está permitido abandonar hasta que no se haya convergido en un proyecto que represente una esperanza real para una sociedad que lleva mucho tiempo sin poder creerse nada.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La capacidad de detener la historia.

Todo poder, -o régimen- se vale de diferentes mecanismos para perpetuar y garantizar su control, o dominación.
El primero de ellos es la fuerza. El recurso a la fuerza, la capacidad de imponer unas normas de comportamiento mediante el ejercicio o la amenaza de la coerción física ha acompañado al Estado desde su formación, y es una de sus características más elementales.
El segundo de ellos es lo que Gramsci definió como Hegemonía. Se trata de la capacidad de generar, en los dominados, un consenso, o aceptación, del sistema de dominación establecido. En otras palabras, la aceptación del régimen por parte de la población. También es lo que la ciencia política ha llamado también Consolidación de un sistema político: la aceptación de que el régimen existente es el mejor de entre todas las opciones posibles.
No obstante, hay un tercer recurso, en realidad resultado de la evolución del anterior, en el que se basan la gran mayoría de los países de nuestro tiempo, o al menos, los países occidentales. Llamaremos a este recurso, la "capacidad de detener la historia". Este recurso consiste en generar un discurso que defiende que la historia, entendida como juego, como lucha, ya sea por la fuerza, o por la negociación y el diálogo, ya ha terminado, y ha dado como resultado lo que ahora tenemos, que no se puede cambiar. Es, en definitiva, la capacidad para romper la baraja y decir: el juego termina aquí, y el ganador soy yo, y lo que es más importante, generar un consenso alrededor de esta idea. No solo se acepta que el sistema existente es el mejor de los sistemas posibles, sino que además, no hay más sistemas posibles.

Lo mismo que hace el régimen (no solo el Gobierno) con las reivindicaciones nacionalistas de Cataluña, o las luchas sociales: la reivindicación de la independencia de los pueblos, o la lucha social estaba bien el siglo pasado, contribuyó a la liberación de los pueblos, y a construir el mundo maravilloso y libre que tenemos ahora, pero ahora ya no es legítima, y es violencia sin sentido.

Y de ahí la importancia de comprender como se han construido nuestros regímenes actuales, de ahí la importancia de las ciencias sociales críticas, para desvelar los procesos, las huellas, que los sistemas de dominación intentan borrar. Solo así seremos conscientes de que éstos no son ni eternos, ni necesarios, ni, por supuesto, invariables.

jueves, 31 de enero de 2013

Bárcenas, Rajoy y el Cuarto Poder

El escándalo de los sobres de Bárcenas ha llegado ya a la Moncloa. El río venía sonando tiempo atrás, y muchos llevábamos tiempo dando por sentado que llevaba agua, aun sin ni siquiera haberla visto; sin embargo, ahora se hace patente que todo lo que habíamos sospechado era verdad, y que además, existen pruebas al respecto.

Efectivamente, la cúpula del partido del gobierno ha estado cobrando dinero negro, por un valor medio de al menos diez veces el salario mínimo que a muchos nos proponen cobrar. Pero eso es solo la punta del iceberg: tras el inocente gesto de un sobre pasado bajo mano, para pagarse alguna que otra frivolidad lejos del alcance de la gente de a pie, se esconde una trama de relaciones clientelares mucho más compleja.

Yo soy un promotor inmobiliario, un constructor o cualquier otra empresa; tu eres un político, que decide a quien asignarle obras y contratas públicas. yo te doy a tí un donativo, y tu me concedes a mí la contrata; así todo queda entre amigos, y todos salimos ganando. Bueno, todos menos la ciudadanía que tiene que soportar aeropuertos sin aviones, edificios que se caen, o obras del todo inútiles, que pierden dinero desde el mismo momento en que se ponen en funcionamiento. Además, esta misma ciudadanía es la que luego tiene que soportar urgencias cerradas, repagos sanitarios  despidos de funcionarios, subidas de tasas universitarias y todo el largo etcétera de siempre, ya  que el dinero se ha gastado en pagar obras sobrepresupuestadas. Por supuesto, llega la hora de la verdad, se acaba el dinero, y resulta que los encargados de sacarnos de esta situación son los mismos que durante veinte años han estado viviendo a todo tren a nuestra costa.

Tan solo cabe una actuación, tanto por parte de la sociedad, como por parte del gobierno. Por la nuestra, exigir firme y unánimamente la dimisión del ejecutivo y la convocatoria de elecciones anticipadas. Por la suya, hacerlo.

Nos encontramos, de hecho, ante una oportunidad clave para exigir ésto. Un caso de corrupción prolongado en el tiempo, que tiene al actual presidente en su epicentro no es agua de borrajas, como puede ser una reforma laboral injusta, toda una procesión de recortes a cada cual más agresivo que el anterior, o unos cuantos trajes y concesiones urbanísticas en la periferia peninsular. Si nos quejamos de eso es sencillamente porque somos unos desfaenados, unos perroflautas, o sencillamente, "los de siempre", pero si nos quejamos porque la cúpula del partido popular ha estado cobrando sueldos en negro procedentes de tramas corruptas y tratos de favor, a ver quien es el chulo que nos dice que no tenemos razón. Por eso mismo pienso que este es un momento de gran importancia, y ojalá no me equivoque.

Durante este año y pico de gobierno de Rajoy había estado dándole vueltas a todos los posibles escenarios que pudieran crear una situación tan tensa como para forzar una dimisión de este catastrófico ejecutivo. Ya que las protestas sociales parecían no surtir ningún efecto, la posibilidad de una explosión de protesta social  quedaba reservada de momento para mis sueños más reconfortantes, del mismo modo que lo hacían la convocatoria de elecciones anticipadas, por lo que solo me quedaba divagar y echarle imaginación: tal vez, pensaba, la presión independentista de Cataluña sería capaz de forzar una revisión institucional profunda del modelo de 1978, y la apertura de un proceso de reforma constitucional, con un consecuente cambio de gobierno, o tal vez la sociedad civil aprendía a organizarse de una maldita vez y echaba abajo al gobierno.

Elucubraciones aparte, mi sorpresa ha sido máxima cuando quien ha provocado el escándalo ha sido un señor al que nadie esperaba ver aparecer por la fiesta. Al señor Pedro J.Ramírez, y después a sus colegas de El País, se les ha ocurrido quitarle el polvo al viejo mosquete del Cuarto Poder, y sacarla a pasear con todo el esplendor de antaño. La prensa, tan decimonónica, tan digna de los estantes de las hemerotecas y las manos de nuestros mayores, pero tan apartada por la televisión y por el monstruo de Internet, ha reaparecido en la esfera política, ha sacudido de nuevo la opinión pública como no lo hiciera desde hacía ya tiempo, y lo ha hecho con una fuerza que ha hecho tambalearse la credibilidad, ya de por sí menguada, de este gobierno.

No salgo de mi asombro hacia la prensa, y aguardo el resultado de todo este proceso con expectación. No obstante, tampoco paro de preguntarme si realmente esta será la gota que colmará el vaso, o si el vaso ya lleva rebasándose tanto tiempo que a nadie le preocupa ya ir a cerrar el grifo. Si esta última es la situación real de nuestro país, si podemos soportar seis millones de parados y una crisis económica que no tenemos por qué pagar mientras nos roban el dinero en nuestras propias narices, y encima riéndose de nosotros, que vengan los chinos y se nos lleven a producir iPads, porque desde luego, no tenemos remedio.

jueves, 8 de noviembre de 2012

El grito de la mente crítica


Cuando observas la realidad con un ojo crítico, aprendes a ver el mundo con otra perspectiva.
Se trata de ver el mundo con otra óptica, observando causas, consecuencias, procesos a largo plazo.
Cuando miras a la sociedad con esta mirada crítica, y piensas en los cinco millones y medio de parados, no piensas: "que mal esta el país". Sabes que esos parados tienen un origen, en la especulación y el ansia de riqueza, que les ha hecho pagar por los errores que otros han cometido.
Cuando miras de esta forma a la política, y ves que el partido del gobierno desangra continuamente a una población que ya sufre, no piensas "la política no sirve para nada". Sabes que ese gobierno tiene su origen en el miedo, además de en una cultura política basada en la inercia, la despreocupación, y en no calibrar las consecuencias políticas de un acto tan simple como votar, o no hacerlo.
Cuando observas detenidamente la economía y ves que los pobres cada vez son más pobres y los ricos cada vez más ricos, no piensas "eso ya se sabe y nunca va a cambiar". Piensas que es el macabro fruto de un sistema injusto, en el que contribuimos todos, por acción u omisión; en el que cada moneda de más que los ricos gastan en sus restaurantes, coches y viajes, es una moneda que se quita de la boca del resto.
Cuando eres consciente de todo esto, surge la indignación, la protesta; y "la sociedad" o "el mundo" reciben el nombre de capitalismo, y eres consciente de que existe la injusticia.
Pero todo cambia el día en el que a esos cinco millones y medio de parados se les añade uno mas. Todo cambia el día en el que hay una familia más en el camino del empobrecimiento. Todo cambia el día en el que te quitan esa moneda que te ibas a llevar a la boca, y contemplas, sin poder hacer nada, como otro se lo gasta en lujos, usurpados sin pudor ni vergüenza, ostentados con desprecio.
Todo cambia el día en que el parado eres tú, y la moneda es tuya.
Ese día el que observa críticamente la sociedad deja de ver el sistema como capitalismo, con los ojos de la indignación y la injusticia. Deja de pensar que el mecanismo de reparto de la riqueza es completamente desigual, que el paro esta causado por los intereses del sistema, o que la política es decadente.
Sencillamente, para él el sistema es ahora barbarie.
Para él, el paro, el empobrecimiento y la tristeza, engendros de la barbarie, consecuencias de un sistema que solo se expresa en términos de violencia, de desprecio y de egoísmo, son ahora bestias que arañan la puerta de su casa, que amenazan con entrar, y que empiezan a colarse poco a poco en su realidad vital.
En ese momento, ya no hay lugar para la indignación. Lo que antes era percepción consciente e interiorizada de la injusticia se transforma ahora en pura y desbocada rabia, en ganas de acometer contra todo, de destruir todo lo que es injusto y genera dolor e injusticia.
Ante la violencia del sistema, el que la sufre sin saber de donde viene esa violencia siente miedo y angustia. Pero el que la sufre y además comprende de donde viene, el que es capaz de reconocer a quien está provocándole dolor, ya no se acobarda, sino que alza la voz y grita, en una exclamación de ira desatada, de rabia, de rebelión.
Este grito rompe los oídos de quienes están alrededor. Suena muy fuerte, molesta, sobrecoge. Ya no es un enunciado que analiza, es un grito que se expresa con palabras de rabia, que busca la destrucción de aquello que odia. Este grito es violento, radical, y no admite réplicas.

No obstante, no se debe culpar al que grita. Este grito, en realidad, no tiene su origen en el oprimido. Es la cristalización de la violencia que la barbarie ha sembrado en él. Es sencillamente la reacción completamente natural y necesaria, fruto de esta violencia, y que demuestra que en el oprimido aún queda algo de humanidad. El oprimido, como simple receptáculo de la rabia, tan solo actúa por un condicionamiento natural.
No se le puede reprender el grito.

domingo, 21 de octubre de 2012

Inmunes a la Indignación

Este año 2012 está siendo el año con mayor número de movilizaciones en lo que llevamos de democracia liberal en el Estado Español.
Estas movilizaciones se hacen en contra de un gobierno que todavía no lleva un año en el poder, pero que ya ha conseguido despertar la indignación y la rabia de la población. Esta rabia es la respuesta no solo a una completa incompetencia política por parte del gobierno, sino una descarada voluntad de echar por tierra todos los mecanismos de cohesión social y atenuación de la desigualdad.
La barbarie que subyace en el sistema capitalista ha estado durante mucho tiempo contenida, o al menos maquillada de una manera que nos dejaba a casi todos los privilegiados de este lado del telón de la miseria a salvo del hambre y la pobreza. Se trata de nuestro amigo, el Estado del Bienestar.
Cuando la barbarie se libera, el monstruo al que los cínicos llaman el libre funcionamiento de la economía vuelve a operar para poner a cada uno en su sitio.
Por supuesto, este cambio opera de forma subterránea, y pocas mentes lo aprecian. Lo que si que se vuelve evidente al grueso de la población son los efectos que tiene este mecanismo: consecuencia directa de ello son los aumentos de la desigualdad, el empobrecimiento progresivo de las clases medias y la gran fuente de coerción que supone el desempleo. Esto supone, en fin, dificultades para los sectores de población que nos encontramos en las capas bajas de la pirámide, y completa miseria para los que ya hace tiempo que están hundidos en el fango. Asistir impotentes a esta situación es lo que genera los sentimientos de rabia e indignación que se liberan en las manifestaciones y otras vías de expresión del descontento.
Esta rabia e indignación han ido en aumento, como lo demuestran la mayor afluencia a las manifestaciones, el aumento de su aceptación popular, o la simple atención a las conversaciones cotidianas.
Esta claro, pues, el primer principio: la indignación ha aumentado, la gente no está de acuerdo con el estado de las cosas, y esto poca gente me lo podrá negar.

Ahora bien, esta noche asistimos a un suceso que no se puede definir de otra manera que pasmoso. Aquellos que promueven el recorte y el aumento de la miseria reciben de manos de la población un empujón de ánimo para continuar en la misma línea. (Hablo, por supuesto, de los resultados de las elecciones gallegas).
Esto se podría explicar, y seguro que algún analista socialista así lo haría, por la fuga de votos del partido mayoritario de la oposición y la fragmentación en opciones más pequeñas.También se podría explicar por la elevada abstención.
De ninguna manera podemos aceptar esta explicación. Siendo la abstención solo aproximadamente un punto superior, y contando las dos fuerzas minoritarias con al menos un escaño en cada circunscripción, por lo que ninguno de sus votos cae en saco roto, tan solo nos queda una opción posible.
Esta opción es que, mientras una parte de la población no solo se indigna, sino que reflexiona al respecto y acompaña su rabia con una acción política coherente, hay otro sector de la población que continúa defendiendo una actitud política autodestructiva, bien sea por el enorme peso de los condicionantes culturales y tradicionales, bien por vivir en un país caciquil en que autobuses del PP llevan a jubilados con alzheimer hasta la puerta del colegio electoral *, o bien, y es la opción por la que me decanto, por un simple problema de insuficiencia racional derivado de la pésima formación política y en cualquier ámbito de pensamiento social que se ha dado, se sigue dando, y de la que nos enorgullecemos en este país.

Aqui se pone de manifiesto el gran peso que tienen los factores culturales, y las grandes tradiciones en cultura política en nuestro país. Vemos el gran poder que tiene el pensamiento estereotipado para interrumpir la necesaria sucesión entre un sentimiento de desacuerdo y la necesaria acción que exprese ese sentimiento.
También puede ser, sencillamente, que en Galicia haya menos gente indignada que en el resto de España. Si es esto último, la pregunta es si en algún momento la sencilla observación de la propia realidad superará a los montajes culturales que los mecanismos de la sociedad nos inculcan.

martes, 12 de junio de 2012

Política después de los partidos


Los últimos barómetros del CIS confirman lo que algunos ya sabíamos desde mayo de 2011, que la gran mayoría de la sociedad española ha perdido completamente la confianza en los partidos políticos y, sobre todo, en sus dirigentes. La ciudadanía reniega de los políticos, todo el mundo critica su ineficacia, cuestiona sus principios, y sobre todo, da por sentado su corrupción. Para los que aspiramos a comprender los fenómenos políticos de nuestra sociedad, el hecho de que el 71,6% de la sociedad española confíe poco o nada en el presidente del gobierno y el 78,8% tampoco confíe en el líder de la oposición es un hecho mucho más que significativo, que nos hace plantearnos si el antiguo modelo de política, de líderes, partidos y binomios gobierno-oposición sigue siendo válido y, sobre todo, si sigue siendo eficaz para responder a las demandas políticas de la sociedad.
Muchos rebatirán que los resultados electorales, con la mayoría absoluta del Partido Popular, hablan por sí mismos. Dejando de un lado mentiras, y un sistema de ponderación del voto completamente injusto y que favorece a los partidos mayoritarios, tenemos que decir que estos resultados, o al menos el ascenso del PP en detrimento de los socialdemócratas era de esperar debido a lo que para la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de este país significa ir a votar.  En un acto que dista muchísimo de un verdadero ejercicio de responsabilidad democrática, los ciudadanos y ciudadanas acuden a las urnas para elegir un sobrecito de un color o de otro. No se han leído el programa electoral del partido al que votan, y muchas veces sus criterios para elegir una opción u otra son oscuros procesos cognitivos basados más que nada en la inercia, o el prejuicio. Los del PP defienden a España, y los socialistas gobiernan mal, ya que siempre que gobiernan ellos sube el paro. O el PP son los de franco, y el PSOE defiende al obrero. Luego están los comunistas, que quieren que acabemos como en Rusia, o CiU, pero eso ya pilla más lejos.
Pensemos como la masa: en esta cultura electoral, el sonado fracaso del último gobierno socialista de Rodriguez Zapatero y la mala situación del país empujaron a muchos a votar por un partido que –por lo menos- prometía soluciones. ¿A quién vas a votar si no? Es así de simple.
Está claro que en este momento el sistema de partidos es un foco de corrupción y ineficacia, fuente de parte importante de los problemas de este país, sobre todo en el ámbito local y provincial, donde el clientelismo es la regla por excelencia. Sin embargo, ya hemos visto que la cultura política de los países occidentales está demasiado basada en ellos. No es concebible un sistema político sin partidos. La primera pregunta que me hace la gente con quien hablo de esto es: y bueno, ¿a que partido deberíamos votar? Tal vez la respuesta sea: a ninguno.
El domingo se emitió en el programa Salvados el caso de la localidad madrileña de Torrelodones. Aquí, una junta vecinal gobierna desde hace un año y ha logrado desplazar al antiguo alcalde y hacerse con la gestión municipal. Esta plataforma se presentó a las elecciones, sin identificarse con ningún partido o tendencia política concreta, simplemente lo que su propio nombre indica: Vecinos por Torrelodones. No obstante, ¿como puede un grupo de vecinos y vecinas, sin ser profesionales de la política, gestionar correctamente un ayuntamiento? Pues parece que muy bien, porque en un año, suprimiendo puestos de amiguetes, y gastos suntuarios como coches oficiales, han logrado pasar del déficit –que tanto nos preocupa- al superávit en las cuentas municipales. ¿La clave? Simplemente la filosofía que enuncia su alcaldesa: “El ayuntamiento no es mío, es de todos”
He aquí la solución a los problemas políticos de este país. Bueno, a los políticos y a los económicos, ya que, después de esto, a nadie se le ocurrirá decir que “no hay dinero”. Haberlo haylo.
Tal vez sea la hora de cambiar nuestra forma de actuación política, pasando de ideales, formulaciones teóricas y utopías, y llevando a la práctica las ganas que tenemos de un cambio real y completo. Plataformas ciudadanas que asuman el gobierno de sus localidades. Vecinos y vecinas de todos los ámbitos profesionales, -seguro que entre ellos habrá personas realmente competentes- que gestionen lo público buscando, sencillamente, el bien de las personas del municipio. Juntas -como tantas veces hemos formado en la historia de nuestro país-, que estén controladas desde abajo, completamente supervisadas por la ciudadanía, para garantizar que sirvan a ésta y no a intereses clientelares. Deben formarse autogobiernos municipales, y lograr el éxito en el ámbito mínimo, para después articularse y extenderse hacia arriba, hacia la organización provincial y autonómica, para llegar finalmente al gobierno central del Estado y acabar con la superestructura de corrupción e intereses que ha llevado a este país a la ruina. No obstante, tenemos que tener algo claro: se acabó el salir a la calle a protestar para que los líderes políticos solucionen los problemas sociales. Debemos salir de nuestras casas, sí, pero para entrar en los ayuntamientos y en las Cortes a solucionarlos por nosotros mismos. Es el momento de dar un giro completo, de que la indignación se convierta en acción, y de que el cambio que tan fehacientemente deseamos y reclamamos venga de nuestra propia mano, porque nadie ha de hacerlo por nosotros.