jueves, 8 de noviembre de 2012
El grito de la mente crítica
Cuando observas la realidad con un ojo crítico, aprendes a ver el mundo con otra perspectiva.
Se trata de ver el mundo con otra óptica, observando causas, consecuencias, procesos a largo plazo.
Cuando miras a la sociedad con esta mirada crítica, y piensas en los cinco millones y medio de parados, no piensas: "que mal esta el país". Sabes que esos parados tienen un origen, en la especulación y el ansia de riqueza, que les ha hecho pagar por los errores que otros han cometido.
Cuando miras de esta forma a la política, y ves que el partido del gobierno desangra continuamente a una población que ya sufre, no piensas "la política no sirve para nada". Sabes que ese gobierno tiene su origen en el miedo, además de en una cultura política basada en la inercia, la despreocupación, y en no calibrar las consecuencias políticas de un acto tan simple como votar, o no hacerlo.
Cuando observas detenidamente la economía y ves que los pobres cada vez son más pobres y los ricos cada vez más ricos, no piensas "eso ya se sabe y nunca va a cambiar". Piensas que es el macabro fruto de un sistema injusto, en el que contribuimos todos, por acción u omisión; en el que cada moneda de más que los ricos gastan en sus restaurantes, coches y viajes, es una moneda que se quita de la boca del resto.
Cuando eres consciente de todo esto, surge la indignación, la protesta; y "la sociedad" o "el mundo" reciben el nombre de capitalismo, y eres consciente de que existe la injusticia.
Pero todo cambia el día en el que a esos cinco millones y medio de parados se les añade uno mas. Todo cambia el día en el que hay una familia más en el camino del empobrecimiento. Todo cambia el día en el que te quitan esa moneda que te ibas a llevar a la boca, y contemplas, sin poder hacer nada, como otro se lo gasta en lujos, usurpados sin pudor ni vergüenza, ostentados con desprecio.
Todo cambia el día en que el parado eres tú, y la moneda es tuya.
Ese día el que observa críticamente la sociedad deja de ver el sistema como capitalismo, con los ojos de la indignación y la injusticia. Deja de pensar que el mecanismo de reparto de la riqueza es completamente desigual, que el paro esta causado por los intereses del sistema, o que la política es decadente.
Sencillamente, para él el sistema es ahora barbarie.
Para él, el paro, el empobrecimiento y la tristeza, engendros de la barbarie, consecuencias de un sistema que solo se expresa en términos de violencia, de desprecio y de egoísmo, son ahora bestias que arañan la puerta de su casa, que amenazan con entrar, y que empiezan a colarse poco a poco en su realidad vital.
En ese momento, ya no hay lugar para la indignación. Lo que antes era percepción consciente e interiorizada de la injusticia se transforma ahora en pura y desbocada rabia, en ganas de acometer contra todo, de destruir todo lo que es injusto y genera dolor e injusticia.
Ante la violencia del sistema, el que la sufre sin saber de donde viene esa violencia siente miedo y angustia. Pero el que la sufre y además comprende de donde viene, el que es capaz de reconocer a quien está provocándole dolor, ya no se acobarda, sino que alza la voz y grita, en una exclamación de ira desatada, de rabia, de rebelión.
Este grito rompe los oídos de quienes están alrededor. Suena muy fuerte, molesta, sobrecoge. Ya no es un enunciado que analiza, es un grito que se expresa con palabras de rabia, que busca la destrucción de aquello que odia. Este grito es violento, radical, y no admite réplicas.
No obstante, no se debe culpar al que grita. Este grito, en realidad, no tiene su origen en el oprimido. Es la cristalización de la violencia que la barbarie ha sembrado en él. Es sencillamente la reacción completamente natural y necesaria, fruto de esta violencia, y que demuestra que en el oprimido aún queda algo de humanidad. El oprimido, como simple receptáculo de la rabia, tan solo actúa por un condicionamiento natural.
No se le puede reprender el grito.
domingo, 21 de octubre de 2012
Inmunes a la Indignación
Estas movilizaciones se hacen en contra de un gobierno que todavía no lleva un año en el poder, pero que ya ha conseguido despertar la indignación y la rabia de la población. Esta rabia es la respuesta no solo a una completa incompetencia política por parte del gobierno, sino una descarada voluntad de echar por tierra todos los mecanismos de cohesión social y atenuación de la desigualdad.
La barbarie que subyace en el sistema capitalista ha estado durante mucho tiempo contenida, o al menos maquillada de una manera que nos dejaba a casi todos los privilegiados de este lado del telón de la miseria a salvo del hambre y la pobreza. Se trata de nuestro amigo, el Estado del Bienestar.
Cuando la barbarie se libera, el monstruo al que los cínicos llaman el libre funcionamiento de la economía vuelve a operar para poner a cada uno en su sitio.
Por supuesto, este cambio opera de forma subterránea, y pocas mentes lo aprecian. Lo que si que se vuelve evidente al grueso de la población son los efectos que tiene este mecanismo: consecuencia directa de ello son los aumentos de la desigualdad, el empobrecimiento progresivo de las clases medias y la gran fuente de coerción que supone el desempleo. Esto supone, en fin, dificultades para los sectores de población que nos encontramos en las capas bajas de la pirámide, y completa miseria para los que ya hace tiempo que están hundidos en el fango. Asistir impotentes a esta situación es lo que genera los sentimientos de rabia e indignación que se liberan en las manifestaciones y otras vías de expresión del descontento.
Esta rabia e indignación han ido en aumento, como lo demuestran la mayor afluencia a las manifestaciones, el aumento de su aceptación popular, o la simple atención a las conversaciones cotidianas.
Esta claro, pues, el primer principio: la indignación ha aumentado, la gente no está de acuerdo con el estado de las cosas, y esto poca gente me lo podrá negar.
Ahora bien, esta noche asistimos a un suceso que no se puede definir de otra manera que pasmoso. Aquellos que promueven el recorte y el aumento de la miseria reciben de manos de la población un empujón de ánimo para continuar en la misma línea. (Hablo, por supuesto, de los resultados de las elecciones gallegas).
Esto se podría explicar, y seguro que algún analista socialista así lo haría, por la fuga de votos del partido mayoritario de la oposición y la fragmentación en opciones más pequeñas.También se podría explicar por la elevada abstención.
De ninguna manera podemos aceptar esta explicación. Siendo la abstención solo aproximadamente un punto superior, y contando las dos fuerzas minoritarias con al menos un escaño en cada circunscripción, por lo que ninguno de sus votos cae en saco roto, tan solo nos queda una opción posible.
Esta opción es que, mientras una parte de la población no solo se indigna, sino que reflexiona al respecto y acompaña su rabia con una acción política coherente, hay otro sector de la población que continúa defendiendo una actitud política autodestructiva, bien sea por el enorme peso de los condicionantes culturales y tradicionales, bien por vivir en un país caciquil en que autobuses del PP llevan a jubilados con alzheimer hasta la puerta del colegio electoral *, o bien, y es la opción por la que me decanto, por un simple problema de insuficiencia racional derivado de la pésima formación política y en cualquier ámbito de pensamiento social que se ha dado, se sigue dando, y de la que nos enorgullecemos en este país.
Aqui se pone de manifiesto el gran peso que tienen los factores culturales, y las grandes tradiciones en cultura política en nuestro país. Vemos el gran poder que tiene el pensamiento estereotipado para interrumpir la necesaria sucesión entre un sentimiento de desacuerdo y la necesaria acción que exprese ese sentimiento.
También puede ser, sencillamente, que en Galicia haya menos gente indignada que en el resto de España. Si es esto último, la pregunta es si en algún momento la sencilla observación de la propia realidad superará a los montajes culturales que los mecanismos de la sociedad nos inculcan.
martes, 12 de junio de 2012
Política después de los partidos
viernes, 18 de mayo de 2012
No estamos solos
Pero ahora no es el momento de venirse abajo. Precisamente hoy tenemos más motivos para seguir luchando que nunca y lo que es más importante, más apoyos que antes. No solo trabajadores como los conductores de ferrocarriles o esas abuelitas que se asoman a los balcones de su casa y aplauden mientras la manifestación pasa, sino que estamos empezando a crear una conciencia estudiantil colectiva a nivel internacional. Aún queda mucho por hacer pero no estamos solos.
domingo, 6 de mayo de 2012
¿Un verdadero giro a la izquierda?
viernes, 27 de abril de 2012
Paradojas
sábado, 21 de abril de 2012
Con los ojos puestos en Andalucía
viernes, 20 de abril de 2012
Apetece quedarse en casa pero hoy toca cambiar el mundo
La facultad de comunicación también está ocupada pero la vida docente sigue su curso solo cambian las paredes y el Aula Magna. Las paredes están decoradas con pancartas como “Estudiant, defensa els teus drets” o “Ja n’hi ha prou, comença la lluita”. En el Aula Magna ya no se da clase a diferencia de cómo se venía haciendo desde septiembre y en la puerta hay un piquete informativo que llevan los estudiantes. Durante todo el día hay charlas y actividades que llevan a la reflexión y como cada noche, a las 10 la asamblea.
La de hoy es una asamblea importante. Una reunión en la que se tratará el orden del día de la asamblea de mañana a las 12, ¿seguimos ocupando o nos vamos? ¿paramos las clases? Esas son las preguntas que se tratarán en la asamblea del día siguiente.
No somos muchos 32, quizás. Nos sentamos en círculo justo en el pasillo más concurrido de la facultad. Ese es el pasillo donde está el bar, los platós de televisión, los estudios de radio y nuestra querida Aula Magna. Parece increíble que durante el día circule por ahí tanta gente y en uno de los momentos más importantes solo seamos treinta. ¡Treinta! De 2500.
Empieza la asamblea y cada estudiante aleatoriamente va exponiendo sus puntos de vista: qué puntos debería tener la próxima asamblea, cómo se ha visto la semana, cosas a mejorar…
Y esos seres que van a hacer todo eso en un futuro inmediato no tienen una asamblea de estudiantes, no se mueven para criticar lo que está bien y lo que está mal. Pasan.
A todos esos yo pregunto, ¿de que sirve hacer dos días de clases cuando estamos a punto de perder nuestros derechos? ¿De que sirve poder ir a clase dos días o incluso acabar la carrera cuando los que vienen detrás no van a poder pagarse una universidad pública y de calidad?
El de mañana va a ser un día importante y los días que lo sucederán más si cabe. Días cargados de reivindicaciones, asambleas, clases alternativas y críticas, lucha, piquetes… ¿Todo esto para que? Simplemente porque cada vez que veo a un alumno de cuarto que dice que él luchó contra Bolonia a pesar de que no le afectaba, porque al fin y al cabo era de licenciatura, no se como darle las gracias solo por intentarlo. A él no le tocaba, pero lo hizo, lo hizo por los que veníamos detrás. Yo no se si la situación nos afectará directamente a nosotros, pero sí estoy segura de que si la universidad del futuro es una mierda, quiero tener la conciencia tranquila para poder mirar a los ojos a los que vengan.
Guanyarem!!!
viernes, 13 de abril de 2012
¿ES LA REPÚBLICA LA SOLUCIÓN?
14 de abril de 1931. Los concejales republicanos del ayuntamiento de Eibar, y tras ellos los de las principales capitales del país declaran la Segunda República Española. Los españoles salen a la calle a celebrar tan esperado acontecimiento. La república no solo significaba la marcha del monarca, sino la renovación completa de la sociedad y la política españolas, el cambio que todos esperan. Los jornaleros sin tierras, obligados durante el invierno a pasar hambre y vivir del escaso ahorro que producen sus jornales en verano, por fin aspiran a conseguir un pedazo de tierra que asegure la subsistencia de sus familias; los trabajadores industriales, esperan que el nuevo régimen traiga consigo una mejora de sus penosas situaciones de trabajo; catalanes, vascos y ciudadanos de otras naciones dentro del territorio español aspiran a conseguir un gobierno autónomo que les permita gestionar mejor sus necesidades y su identidad.
Todos ellos esperan, en resumen, un cambio, y eso es lo que celebran el 14 de abril en las calles. Otros, sin embargo, miran con recelo al nuevo gobierno, y la creciente fuerza de los socialistas. Para las personas tradicionalistas, república es sinónimo de desorden, de caos.
Pronto empezarán los problemas de la joven república: las trabas impuestas por la jerarquía militar y eclesiástica, así como por los grandes terratenientes, impide llevar a cabo la modernización, y la población se siente frustrada, defraudada, y comienzan los disturbios. Los colectivos obreros comienzan la “revolución de los desposeídos” por su cuenta, por la cuenta de la necesidad y los grandes ideales. Es entonces cuando sucede Casas Viejas, la dimisón de Azaña, el Gobierno radical-cedista, la represión de los mineros asturianos y los obreros catalanes, además de muchos otros conflictos que aumentan la temperatura social del país. Para cuando el Frente Popular llega de nuevo al poder, la Guerra Civil ya es inevitable.
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Hoy es 14 de abril de 2012. Ante un gobierno que no ha necesitado más de 100 días para demostrar a los españoles su incapacidad para resolver los problemas del país. Este gobierno, por el contrario, toma medidas cada vez más radicales y perjudiciales para la población en beneficio de una pequeña élite que domina el sistema económico, los culpables del hundimiento de la economía del país. Ante esta situación, sumado al creciente descrédito de la monarquía por el caso Urdangarín, el nombre de la república aparece en las bocas de los ciudadanos de manera inevitable. La posibilidad de que dentro de menos de una década se instaure en nuestro país un régimen republicano existe, y tiene cada vez mayor probabilidad de llegar a ser una realidad. Ahora bien, si queremos hablar de una Tercera república, debemos tener en cuenta un par de cosas.
La primera de ellas tiene que ver con el 14 de Abril de 1931, así como con la propia palabra de República, y el significado que le damos en nuestro país. Aquí debemos tener presente que una república, en el lenguaje político de nuestro país no es solo un régimen en el que el jefe de estado es elegido democráticamente y no por pertenecer a una determinada familia. Una república es, para los republicanos españoles, un cambio, una modernización de la sociedad y la política, que tiene como fin único y principal mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan ese país. Para el jornalero andaluz de 1931, la república era buena porque debía traer consigo una reforma agraria que le diera los medios para mejorar su vida y sus condiciones de trabajo. Para el ciudadano español de 2012, una república tiene que venir acompañada de un cambio. No podemos, pues sería una ofensa histórica, permitir una República en la que una élite de políticos y grandes financieros incompetentes y corruptos acaparen los frutos del trabajo de todos, mientras la ciudadanía se mantiene a la espera de que caigan las migajas del pastel –o del ladrillo- que se están repartiendo sus dirigentes. No podemos permitir una República en la que desde el más humilde ayuntamiento hasta los ministerios del Estado, pasando por órganos de gobierno provincial y autonómico, estén dominados por corruptos cuyo único interés es coger el pedazo más grande que puedan del pastel antes mencionado. No podemos permitir una república, en definitiva, que permita que familias enteras se queden en la calle por la codicia de un banco, que obreros honrados y trabajadores sean despedidos injustamente, que barrios enteros vivan al borde del abismo de la exclusión social. Si algún día declaramos una República que lo único que haga sea sustituir al monarca por un jefe de estado, habremos fallado al propio republicanismo español.
En cuanto al segundo punto, éste tiene relación con la Segunda República, y la memoria histórica. Hagamos justicia a un gobierno democrático que fue derrocado por un golpe militar, condenemos de una maldita vez los juicios de responsabilidades políticas y las purgas y ejecuciones por razones de militancia política que se vinieron celebrando, con el respaldo oficial del Estado hasta los últimos años del régimen1;recordemos, a fin de cuentas, al franquismo como lo que fue, un régimen criminal. Ahora bien, no nos precipitemos al idealizar a la Segunda República, pues si hubiera sido un régimen tan perfecto, no habría tenido éxito el pronunciamiento del 17 de julio del 36. Fueran cuales fueran las causas del fracaso de la política republicana (las trabas de los privilegiados, la pésima situación económica, el clima revolucionario propiciado por agrupaciones obreras), estas existieron, y también los republicanos debemos hacer un ejercicio de memoria histórica autocrítica, para evitar caer en los errores del pasado.
A la pregunta, ¿Es la república la solución? Tomando como definición de República lo antes descrito, lo es. Teniendo en cuenta que las ciencias sociales no podemos emitir juicios completamente ciertos, sin duda un régimen más democratizado, más transparente y más social -quitémosle de paso el Rey, y llamémosle República- , es la mejor opción que tenemos.
1P.ej: Cipriano Martos, (1973); Salvador Puig Antich (1974),
sábado, 31 de marzo de 2012
Cosas de negocios
martes, 27 de marzo de 2012
Bienestar
Está claro que todo el mundo puede responder a la pregunta ¿qué es el bienestar? Y seguramente muchos responderían con imaginativas ocurrencias.
No obstante, el significado concreto de bienestar del que quiero hablar hoy va por otros prados, en concreto tiene relación con nuestro querido (aunque no por todos) Estado del Bienestar. En sociología, las fuentes de Bienestar (el trabajo, la familia y el Estado social) son aquellas organizaciones o agentes sociales que constituyen nuestro sustento, nos aportan recursos y protección (luego volveremos sobre esto), y fundamentalmente, constituyen la principal barrera ante la exclusión social. Una persona que no tiene recursos por vía del trabajo, como los niños, los jubilados, los parados o los dependientes, puede estar perfectamente integrado en la sociedad, incluso contarse entre los miembros de las clases acomodadas, si cuenta con el sustento de su familia, o del Estado social. Estos pertenecen a lo que se llama “pobreza integrada”, y los considero un ejemplo bastante ilustrativo para comprender el concepto de “fuentes del bienestar”.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando las fuentes del bienestar desaparecen? La respuesta es simple: pobreza económica y exclusión social. Cuando una persona que no cuenta con un trabajo pierde el sustento de su familia, o la subvención del estado, entra en un proceso de deterioro no solo de su economía, sino de sus relaciones sociales y personales o su vida cultural.
Pues bien, esto es lo que está pasando en los últimos tiempos. Con los continuos ataques al estado social se desmonta el primer pilar del bienestar; con la desregulación y flexibilización del mercado de trabajo se convierte al segundo pilar en una estaca quebradiza que en cualquier momento puede astillarse y ceder. Por último, solo queda el sustento de la familia, en pleno proceso de reestructuración (que no desestructuración) debido a los cambios en los modelos familiares, y a la vez también sustentada por los otros dos pilares, por lo que constituye un apoyo cada vez menos firme.
A éste análisis, que para muchos habrá sido un empacho considerable de sociología, es a la que uno llega cuando se plantea las causas del aumento de la pobreza y la exclusión. No obstante, falta un punto, el esencial en este artículo. Esta situación provoca una reacción: la incertidumbre. Aunque la población no sea consciente en términos sociológicos de este cambio de tendencias en las fuentes del bienestar, son conscientes de que algo está perdiendo certeza en su día a día. La función principal de los agentes del bienestar, que es proporcionar seguridad y un horizonte de futuro mínimamente estable, se debilita, ya no puede ser satisfecha por las fuentes clásicas. El efecto de esto es tan simple como desolador: se produce una demanda de bienestar. Y por doquier surgen ofertas dispuestas a satisfacer esa demanda:
De un tiempo a esta parte, hemos observado en el lenguaje publicitario de ciertas empresas de seguros el predominio de palabras como “protección” o “cuidado”. Es algo congénito a las propias aseguradoras, pero es destacable la apropiación de emociones normalmente ligadas al ámbito de la familia. “Nadie te cuida como yo” o “Personas que cuidan de personas” son frases que remiten a los deseos más básicos del ser humano, esos mismos que están siendo amenazados. Desaparecen las fuentes tradicionales de bienestar, pero entra en escena un nuevo actor: el Mercado. Se trata de un actor que lucha por hacerse con cada ámbito de la vida, y la provisión de bienestar no iba a ser menos.
Ahora bien, cabe hacerse una última reflexión. Debemos saber quién nos está vendiendo este bienestar. Los productos de las aseguradoras no nos los venden un entrañable erizo, o un tenista de élite. Ni siquiera nos los venden los amables asesores de los anuncios.
Los seguros, este bienestar de pago, nos los venden las grandes compañías de seguros que juegan a especular con la deuda de los países, forzando a gobiernos a recortar en prestaciones públicas. Y son primos hermanos de los bancos que mantienen la economía en una nube de inestabilidad, y que luchan por convertir el mercado de trabajo en un completo ir y venir de precarios. O han tenido mucha suerte, y han sabido aprovechar la debilitación de las principales fuentes de bienestar, y la oportunidad de negocio que ha generado, o bien aquí a alguien le ha salido la jugada redonda. ¿No será que nos han quitado el pan para luego vendernos las migajas? Piénsese.
sábado, 24 de marzo de 2012
¿Una mentira mil veces repetida, se convierte en verdad?
domingo, 4 de marzo de 2012
Los agentes del Poder
Mirando los videos e imágenes de las cargas policiales del pasado 20 de marzo, uno no puede evitar hacerse una pregunta fundamental. Ante las gratuitas expresiones de violencia, ante acciones que, traspasando el límite de la preservación del orden ciudadano pasan a ser lo que, en cualquier otro contexto, obviando el uniforme policial, se consideraría una agresión con ensañamiento en toda regla, surge una pregunta inevitable: ¿Qué estará pasando por la cabeza de estos agentes?
Por una parte, tenemos la excusa de las autoridades, que tan solo menciono como detalle pintoresco, ya que se trata una justificación incoherente y falta de todo sentido: para unos, es una actuación proporcionada frente a unas supuestas agresiones físicas; para otros, no es más que estrategia policial, contra un enemigo organizado, y según los informes oficiales, los documentos verdaderamente vinculantes, las lesiones se explican porque los manifestantes “tropezaron y se hirieron al caer al suelo”, debemos suponer que repetidas veces, y encontrando en su camino las botas de la policía. Cada una de estas respuestas, más sorprendente que la anterior.
Por otra parte, no hay quien deja de ver esta acción como lo que es en un marco amplio: una estrategia de las instituciones del poder por mantener el orden mediante la violencia, y acallar una serie de voces críticas demasiado molestas, por el hecho de apuntar directamente al quid de la cuestión valenciana, que es la barra libre de gasto público de la que se han beneficiado sectores muy limitados de la gran burguesía nacional e internacional. Esta estrategia es, desde cualquier punto de vista, repugnante y vergonzosa, y así debería serlo para cualquier ciudadano con un mínimo de criterio.
No obstante, lejos de documentos institucionales y análisis sociopolíticos más amplios, en lo que me quiero fijar es en la faceta humana, en el ámbito de lo micro, lo personal. ¿Por qué una persona, por mucho uniforme que lleve, y por muchas órdenes que reciba, agrede de esta manera tan brutal a adolescentes pacíficos, que lo son, y que él sabe que lo son? ¿Por qué no se limita a cumplir con lo que se espera de él (despejar la vía pública) con un procedimiento más mesurado, que los hay? Para explicar el ensañamiento, e incluso, por qué no, la vileza que se observa en las actuaciones de ciertos agentes antidisturbios de este país (tales como provocar a los manifestantes, desde el escudo que les brinda su autoridad, para que éstos reaccionen y poder así cargar contra ellos), no puede pasar desapercibida la imagen al margen*.
Esta imagen prueba la conexión que, en muchos casos, existe entre la pertinencia a cuerpos de seguridad del estado, y un tipo determinado de personalidad. Theodor W.Adorno, sociólogo de mediados del siglo pasado, teorizó sobre este tipo de personalidad, caracterizada por la irracionalidad, la impulsividad o el pensamiento maniqueo (que no da lugar al consenso ni a términos medios), así como por la aceptación ciega de una autoridad superior y el deseo de imponer la propia autoridad sobre los rangos inferiores. Según Adorno, esta personalidad estaba ligada a ciertos ambientes familiares, y también a la frustración vital: al ver una persona incumplidas sus aspiraciones, canaliza esta tensión en forma de autoritarismo.
Aplicada la teoría al ejemplo, encontramos a un individuo, probablemente varón, que ha visto frustradas sus aspiraciones vitales, o que ni siquiera ha tenido unas, a causa del muchas veces sofocante sistema social en el que vivimos. Si esta persona desarrolla rasgos de esta personalidad autoritaria tenderá a buscar siempre situaciones de violencia, donde pueda imponerse a los demás mediante el uso de su fuerza, o simplemente, ejerciendo una autoridad, escudado en una placa, y encontrando satisfacción en el hecho de ordenar a otra persona lo que tiene que hacer. Esta teoría nos sirve ahora para hacer una reflexión. ¿Existen, entre los cuerpos de seguridad, actitudes favorables a este tipo de actuaciones? ¿Tienen las personas que tienen que velar por nuestra seguridad una especial afinidad por la violencia, o los valores irracionales y agresivos? ¿Podríamos llegar a pensar que incluso se premiara este tipo de actitud en ciertos cuerpos, como pueden ser los antidisturbios?
Si la respuesta a estos interrogantes fuera afirmativa, nos encontraríamos con un hecho preocupante: la utilización, por parte del poder, de cierto tipo de individuos violentos, para ejercer de brazo ejecutor de una violencia que éste no se puede permitir por su posición institucional. Es decir, los grandes poderes utilizarían agentes violentos para llevar a cabo sus acciones más turbias.
Por otro lado, dejemos de extrañarnos de esto, y pensemos en los camisas negras italianos, pagados por los grandes propietarios en los años 20, para intimidar o incluso asesinar a los representantes sindicales, o en el pistolerismo barcelonés de la misma época. Ahora pensemos en los simpatizantes seudofascistas que se han dejado ver últimamente por las manifestaciones de Valencia, para intimidar a ciertos sectores de los manifestantes, o provocar un enfrentamiento, y preguntémonos por qué no habían hecho acto de presencia antes de que este asunto adquiriera una trascendencia nacional.
*cabe señalar que la foto del margen no corresponde, como se ha pensado, a las cargas policiales de éstos días, sino que pertenece a un subinspector de policía que lo lucía durante los desalojos del barrio del Cabanyal en 2010; unos hecho, por cierto, que no todo el mundo recuerda con estos nuevos episodios de violencia policial, que no se alejan demasiado de aquellos otros.