martes, 12 de junio de 2012

Política después de los partidos


Los últimos barómetros del CIS confirman lo que algunos ya sabíamos desde mayo de 2011, que la gran mayoría de la sociedad española ha perdido completamente la confianza en los partidos políticos y, sobre todo, en sus dirigentes. La ciudadanía reniega de los políticos, todo el mundo critica su ineficacia, cuestiona sus principios, y sobre todo, da por sentado su corrupción. Para los que aspiramos a comprender los fenómenos políticos de nuestra sociedad, el hecho de que el 71,6% de la sociedad española confíe poco o nada en el presidente del gobierno y el 78,8% tampoco confíe en el líder de la oposición es un hecho mucho más que significativo, que nos hace plantearnos si el antiguo modelo de política, de líderes, partidos y binomios gobierno-oposición sigue siendo válido y, sobre todo, si sigue siendo eficaz para responder a las demandas políticas de la sociedad.
Muchos rebatirán que los resultados electorales, con la mayoría absoluta del Partido Popular, hablan por sí mismos. Dejando de un lado mentiras, y un sistema de ponderación del voto completamente injusto y que favorece a los partidos mayoritarios, tenemos que decir que estos resultados, o al menos el ascenso del PP en detrimento de los socialdemócratas era de esperar debido a lo que para la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de este país significa ir a votar.  En un acto que dista muchísimo de un verdadero ejercicio de responsabilidad democrática, los ciudadanos y ciudadanas acuden a las urnas para elegir un sobrecito de un color o de otro. No se han leído el programa electoral del partido al que votan, y muchas veces sus criterios para elegir una opción u otra son oscuros procesos cognitivos basados más que nada en la inercia, o el prejuicio. Los del PP defienden a España, y los socialistas gobiernan mal, ya que siempre que gobiernan ellos sube el paro. O el PP son los de franco, y el PSOE defiende al obrero. Luego están los comunistas, que quieren que acabemos como en Rusia, o CiU, pero eso ya pilla más lejos.
Pensemos como la masa: en esta cultura electoral, el sonado fracaso del último gobierno socialista de Rodriguez Zapatero y la mala situación del país empujaron a muchos a votar por un partido que –por lo menos- prometía soluciones. ¿A quién vas a votar si no? Es así de simple.
Está claro que en este momento el sistema de partidos es un foco de corrupción y ineficacia, fuente de parte importante de los problemas de este país, sobre todo en el ámbito local y provincial, donde el clientelismo es la regla por excelencia. Sin embargo, ya hemos visto que la cultura política de los países occidentales está demasiado basada en ellos. No es concebible un sistema político sin partidos. La primera pregunta que me hace la gente con quien hablo de esto es: y bueno, ¿a que partido deberíamos votar? Tal vez la respuesta sea: a ninguno.
El domingo se emitió en el programa Salvados el caso de la localidad madrileña de Torrelodones. Aquí, una junta vecinal gobierna desde hace un año y ha logrado desplazar al antiguo alcalde y hacerse con la gestión municipal. Esta plataforma se presentó a las elecciones, sin identificarse con ningún partido o tendencia política concreta, simplemente lo que su propio nombre indica: Vecinos por Torrelodones. No obstante, ¿como puede un grupo de vecinos y vecinas, sin ser profesionales de la política, gestionar correctamente un ayuntamiento? Pues parece que muy bien, porque en un año, suprimiendo puestos de amiguetes, y gastos suntuarios como coches oficiales, han logrado pasar del déficit –que tanto nos preocupa- al superávit en las cuentas municipales. ¿La clave? Simplemente la filosofía que enuncia su alcaldesa: “El ayuntamiento no es mío, es de todos”
He aquí la solución a los problemas políticos de este país. Bueno, a los políticos y a los económicos, ya que, después de esto, a nadie se le ocurrirá decir que “no hay dinero”. Haberlo haylo.
Tal vez sea la hora de cambiar nuestra forma de actuación política, pasando de ideales, formulaciones teóricas y utopías, y llevando a la práctica las ganas que tenemos de un cambio real y completo. Plataformas ciudadanas que asuman el gobierno de sus localidades. Vecinos y vecinas de todos los ámbitos profesionales, -seguro que entre ellos habrá personas realmente competentes- que gestionen lo público buscando, sencillamente, el bien de las personas del municipio. Juntas -como tantas veces hemos formado en la historia de nuestro país-, que estén controladas desde abajo, completamente supervisadas por la ciudadanía, para garantizar que sirvan a ésta y no a intereses clientelares. Deben formarse autogobiernos municipales, y lograr el éxito en el ámbito mínimo, para después articularse y extenderse hacia arriba, hacia la organización provincial y autonómica, para llegar finalmente al gobierno central del Estado y acabar con la superestructura de corrupción e intereses que ha llevado a este país a la ruina. No obstante, tenemos que tener algo claro: se acabó el salir a la calle a protestar para que los líderes políticos solucionen los problemas sociales. Debemos salir de nuestras casas, sí, pero para entrar en los ayuntamientos y en las Cortes a solucionarlos por nosotros mismos. Es el momento de dar un giro completo, de que la indignación se convierta en acción, y de que el cambio que tan fehacientemente deseamos y reclamamos venga de nuestra propia mano, porque nadie ha de hacerlo por nosotros.