viernes, 13 de diciembre de 2013

La capacidad de detener la historia.

Todo poder, -o régimen- se vale de diferentes mecanismos para perpetuar y garantizar su control, o dominación.
El primero de ellos es la fuerza. El recurso a la fuerza, la capacidad de imponer unas normas de comportamiento mediante el ejercicio o la amenaza de la coerción física ha acompañado al Estado desde su formación, y es una de sus características más elementales.
El segundo de ellos es lo que Gramsci definió como Hegemonía. Se trata de la capacidad de generar, en los dominados, un consenso, o aceptación, del sistema de dominación establecido. En otras palabras, la aceptación del régimen por parte de la población. También es lo que la ciencia política ha llamado también Consolidación de un sistema político: la aceptación de que el régimen existente es el mejor de entre todas las opciones posibles.
No obstante, hay un tercer recurso, en realidad resultado de la evolución del anterior, en el que se basan la gran mayoría de los países de nuestro tiempo, o al menos, los países occidentales. Llamaremos a este recurso, la "capacidad de detener la historia". Este recurso consiste en generar un discurso que defiende que la historia, entendida como juego, como lucha, ya sea por la fuerza, o por la negociación y el diálogo, ya ha terminado, y ha dado como resultado lo que ahora tenemos, que no se puede cambiar. Es, en definitiva, la capacidad para romper la baraja y decir: el juego termina aquí, y el ganador soy yo, y lo que es más importante, generar un consenso alrededor de esta idea. No solo se acepta que el sistema existente es el mejor de los sistemas posibles, sino que además, no hay más sistemas posibles.

Lo mismo que hace el régimen (no solo el Gobierno) con las reivindicaciones nacionalistas de Cataluña, o las luchas sociales: la reivindicación de la independencia de los pueblos, o la lucha social estaba bien el siglo pasado, contribuyó a la liberación de los pueblos, y a construir el mundo maravilloso y libre que tenemos ahora, pero ahora ya no es legítima, y es violencia sin sentido.

Y de ahí la importancia de comprender como se han construido nuestros regímenes actuales, de ahí la importancia de las ciencias sociales críticas, para desvelar los procesos, las huellas, que los sistemas de dominación intentan borrar. Solo así seremos conscientes de que éstos no son ni eternos, ni necesarios, ni, por supuesto, invariables.

jueves, 31 de enero de 2013

Bárcenas, Rajoy y el Cuarto Poder

El escándalo de los sobres de Bárcenas ha llegado ya a la Moncloa. El río venía sonando tiempo atrás, y muchos llevábamos tiempo dando por sentado que llevaba agua, aun sin ni siquiera haberla visto; sin embargo, ahora se hace patente que todo lo que habíamos sospechado era verdad, y que además, existen pruebas al respecto.

Efectivamente, la cúpula del partido del gobierno ha estado cobrando dinero negro, por un valor medio de al menos diez veces el salario mínimo que a muchos nos proponen cobrar. Pero eso es solo la punta del iceberg: tras el inocente gesto de un sobre pasado bajo mano, para pagarse alguna que otra frivolidad lejos del alcance de la gente de a pie, se esconde una trama de relaciones clientelares mucho más compleja.

Yo soy un promotor inmobiliario, un constructor o cualquier otra empresa; tu eres un político, que decide a quien asignarle obras y contratas públicas. yo te doy a tí un donativo, y tu me concedes a mí la contrata; así todo queda entre amigos, y todos salimos ganando. Bueno, todos menos la ciudadanía que tiene que soportar aeropuertos sin aviones, edificios que se caen, o obras del todo inútiles, que pierden dinero desde el mismo momento en que se ponen en funcionamiento. Además, esta misma ciudadanía es la que luego tiene que soportar urgencias cerradas, repagos sanitarios  despidos de funcionarios, subidas de tasas universitarias y todo el largo etcétera de siempre, ya  que el dinero se ha gastado en pagar obras sobrepresupuestadas. Por supuesto, llega la hora de la verdad, se acaba el dinero, y resulta que los encargados de sacarnos de esta situación son los mismos que durante veinte años han estado viviendo a todo tren a nuestra costa.

Tan solo cabe una actuación, tanto por parte de la sociedad, como por parte del gobierno. Por la nuestra, exigir firme y unánimamente la dimisión del ejecutivo y la convocatoria de elecciones anticipadas. Por la suya, hacerlo.

Nos encontramos, de hecho, ante una oportunidad clave para exigir ésto. Un caso de corrupción prolongado en el tiempo, que tiene al actual presidente en su epicentro no es agua de borrajas, como puede ser una reforma laboral injusta, toda una procesión de recortes a cada cual más agresivo que el anterior, o unos cuantos trajes y concesiones urbanísticas en la periferia peninsular. Si nos quejamos de eso es sencillamente porque somos unos desfaenados, unos perroflautas, o sencillamente, "los de siempre", pero si nos quejamos porque la cúpula del partido popular ha estado cobrando sueldos en negro procedentes de tramas corruptas y tratos de favor, a ver quien es el chulo que nos dice que no tenemos razón. Por eso mismo pienso que este es un momento de gran importancia, y ojalá no me equivoque.

Durante este año y pico de gobierno de Rajoy había estado dándole vueltas a todos los posibles escenarios que pudieran crear una situación tan tensa como para forzar una dimisión de este catastrófico ejecutivo. Ya que las protestas sociales parecían no surtir ningún efecto, la posibilidad de una explosión de protesta social  quedaba reservada de momento para mis sueños más reconfortantes, del mismo modo que lo hacían la convocatoria de elecciones anticipadas, por lo que solo me quedaba divagar y echarle imaginación: tal vez, pensaba, la presión independentista de Cataluña sería capaz de forzar una revisión institucional profunda del modelo de 1978, y la apertura de un proceso de reforma constitucional, con un consecuente cambio de gobierno, o tal vez la sociedad civil aprendía a organizarse de una maldita vez y echaba abajo al gobierno.

Elucubraciones aparte, mi sorpresa ha sido máxima cuando quien ha provocado el escándalo ha sido un señor al que nadie esperaba ver aparecer por la fiesta. Al señor Pedro J.Ramírez, y después a sus colegas de El País, se les ha ocurrido quitarle el polvo al viejo mosquete del Cuarto Poder, y sacarla a pasear con todo el esplendor de antaño. La prensa, tan decimonónica, tan digna de los estantes de las hemerotecas y las manos de nuestros mayores, pero tan apartada por la televisión y por el monstruo de Internet, ha reaparecido en la esfera política, ha sacudido de nuevo la opinión pública como no lo hiciera desde hacía ya tiempo, y lo ha hecho con una fuerza que ha hecho tambalearse la credibilidad, ya de por sí menguada, de este gobierno.

No salgo de mi asombro hacia la prensa, y aguardo el resultado de todo este proceso con expectación. No obstante, tampoco paro de preguntarme si realmente esta será la gota que colmará el vaso, o si el vaso ya lleva rebasándose tanto tiempo que a nadie le preocupa ya ir a cerrar el grifo. Si esta última es la situación real de nuestro país, si podemos soportar seis millones de parados y una crisis económica que no tenemos por qué pagar mientras nos roban el dinero en nuestras propias narices, y encima riéndose de nosotros, que vengan los chinos y se nos lleven a producir iPads, porque desde luego, no tenemos remedio.