domingo, 6 de abril de 2014

Las sombras de género

En esta entrada vamos a realizar un ejercicio diferente. Podríamos analizar un fragmento del best-seller "Cincuenta sombras de Grey", que desde la perspectiva de género desde luego que sería muy interesante, pues en esta novela está subyacente la incitación a que las mujeres disfruten de la sexualidad sometiéndose al hombre que las controla, en nombre del "amor" claro está. Pero lo que vamos a hacer es simplemente cambiar los géneros de los personajes, porque al darle la vuelta se ven más claros los tópicos y los roles. A ver cuantos podéis encontrar en tan solo una breve parte del libro.

"—Oh, nene —dice—. Bienvenido a mi mundo.

Nos quedamos ahí tumbados, jadeando los dos, esperando a que nuestra respiración se normalice. Ella me acaricia el pelo con suavidad. Vuelvo a estar tendido  sobre su pecho. Pero esta vez no tengo fuerzas para levantar la mano y palparlo.  Uf, he sobrevivido. No ha sido para tanto. Tengo más aguante de lo que pensaba. El dios que llevo dentro está postrado, o al menos calladito. Ana me acaricia  de nuevo el pelo con la nariz, inhalando hondo.

—Bien hecho, nene —susurra con una alegría muda en la voz.

Sus palabras me envuelven como una toalla suave y mullida del hotel  Heathman, y me encanta verla contenta.

Me coge el tirante de la camiseta.

— ¿Esto es lo que te pones para dormir? —me pregunta en tono amable.

—Sí —respondo medio adormilado.

—Deberías llevar seda y satén, mi hermoso niño. Te llevaré de compras.

—Me gusta lo que llevo —mascullo, procurando sin éxito sonar indignado.

Me da otro beso en la cabeza.

—Ya veremos —dice.

Seguimos así unos minutos más, horas, a saber; creo que me quedo traspuesto.

—Tengo que irme —dice e, inclinándose hacia delante, me besa con suavidad en la frente—. ¿Estás bien? —añade en voz baja. 
Medito la respuesta. Me duele el trasero. Bueno, lo tengo al rojo vivo. Sin embargo, asombrosamente, aunque agotado, me siento radiante. El pensamiento me resulta aleccionador, inesperado. No lo entiendo.

—Estoy bien —susurro.

No quiero decir más.

Se levanta.

— ¿Dónde está el baño?

—Por el pasillo, a la izquierda.

Recoge el otro condón y sale del dormitorio. Me incorporo con dificultad y vuelvo a ponerme los pantalones de chándal. Me rozan un poco el trasero aún escocido. Me confunde mucho mi reacción. Recuerdo que me dijo —aunque no recuerdo cuándo— que me sentiría mucho mejor después de una buena paliza. ¿Cómo puede ser? De verdad que no lo entiendo. Sin embargo, curiosamente, es cierto. No puedo decir que haya disfrutado de la experiencia —de hecho, aún haría lo que fuera por evitar que se repitiera—, pero ahora… tengo esa sensación rara y serena de recordarlo todo con una plenitud absolutamente placentera. Me cojo la cabeza con las manos. No lo entiendo.

Ana vuelve a entrar en la habitación. No puedo mirarla a los ojos. Bajo la vista a mis manos.

—He encontrado este aceite para niños. Déjame que te dé un poco en el trasero.

¿Qué?

—No, ya se me pasará.

—Christian—me advierte, y estoy a punto de poner los ojos en blanco, pero me reprimo enseguida.
Me coloco mirando hacia la cama. Se sienta a mi lado y vuelve a bajarme con cuidado los pantalones. Sube y baja, como los canzoncillos de un chapero, observa con amargura mi subconsciente. Le digo mentalmente adónde se puede ir. Ana se echa un poco de aceite en la mano y me embadurna el trasero con delicada ternura: de desmaquillador a bálsamo para un culo azotado… ¿quién iba a pensar que resultaría un líquido tan versátil?

—Me gusta tocarte —murmura.

Y debo coincidir con ella: a mí también que lo haga.

—Ya está —dice cuando termina, y vuelve a subirme los pantalones.

Miro de reojo el reloj. Son las diez y media.

—Me marcho ya.

—Te acompaño.

Sigo sin poder mirarla.

Cogiéndome de la mano, me lleva hasta la puerta. Por suerte, Ethan aún no está en casa. Aún debe de andar cenando con sus padres y con Kate. Me alegra de verdad que no estuviera por aquí y pudiera oír mi castigo.

— ¿No tienes que llamar a Taylor? —pregunto, evitando el contacto visual.

—Taylor lleva aquí desde las nueve. Mírame —me pide.


Me esfuerzo por mirarla a los ojos, pero, cuando lo hago, veo que ella me contempla admirada.

—No has llorado —murmura, y luego de pronto me agarra y me besa apasionadamente—. Hasta el domingo —susurra en mis labios, y me suena a promesa y a amenaza.


La veo enfilar el camino de entrada y subirse al enorme Audi negro. No mira atrás. Cierro la puerta y me quedo indefenso en el salón de un piso en el que solo pasaré dos noches más. Un sitio en el que he vivido feliz casi cuatro años. Pero hoy, por primera vez, me siento solo e incómodo aquí, a disgusto conmigo mismo. ¿Tanto me he distanciado de la persona que soy? Sé que, bajo mi exterior entumecido, no muy lejos de la superficie, acecha un mar de lágrimas. ¿Qué estoy haciendo? La paradoja es que ni siquiera puedo sentarme y hartarme de llorar. Tengo que estar de pie. Sé que es tarde, pero decido llamar a mi padre."